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viernes, 6 de junio de 2014

Otra obra pública es posible


Lo han conseguido. Entre unos y otros han logrado que la obra pública sea percibida como un lujo innecesario, cuando no un robo. Y lo malo es que tienen parte de razón. 

Los proyectos deficientes, las prisas, y la corrupción han empañado la imagen de uno de los sectores más dinámicos de nuestra economía, y probablemente el de mayor nivel mundial.

Los sobrecostes de las obras públicas de Fomento en los últimos seis años son de 10.000 millones de euros. Una cifra similar al recorte que el Gobierno hizo en Sanidad y Educación en abril de 2012.
Desde dentro del sector hay quien cree que esta cifra es muy inferior a la realidad y que el dinero mal gastado puede ser muy superior. Si en lugar de esos seis años echamos la vista un poco más atrás y pensamos en toda la época de bonanza económica que viene de la mitad de los años 90, en los que la obra pública ha vivido su edad de oro, la cifra de dinero público gastada de forma poco escrupulosa puede ser asombrosa.

 Por supuesto, todos los desvíos entre los presupuestos y la ejecución de una obra no son iguales. Existe un margen de incertidumbre y no pocas contingencias que pueden hacer necesaria una inversión superior a la prevista. Y  a esto se añade la absurda costumbre española de competir con precios a la baja que, necesariamente, se tienen que elevar al afrontar la obra. Pero la falta de transparencia y la ausencia de una pedagogía por parte de Fomento y de las constructoras para dar explicaciones son lo que más alienta que al final la prensa meta todo en el mismo saco y la calle lo de por cierto.

El nivel de sobrecostes en España es tan llamativo que en 2007 la Comisión Europea intervino y exigió acabar con los “modificados”, porque entendía que adulteraba la contratación inicial. Entre 2004 y 2013, la UE dio a España 30.116 millones, de los cuales 20.561 fueron a transporte.

Finalmente, a la mala imagen se suma ahora una sobreracción por parte del Gobierno que se aparta de la obra pública y la condena con presupuestos tercermundistas que, además, no se cumplen. Malo por un lado y casi peor por el otro. Es lo que tiene vivir a base de pelotazos y no guardar para mañana como hacen en el primer mundo.